En el artículo anterior, «Reencuentro con el laicismo en la Babilonia de las epistemologías», abordé el tema de los lazos humanos, el papel de la tolerancia en ese contexto y su importancia para la sociedad contemporánea. Gracias a críticas y comentarios acerca del mismo, he continuado mi reflexión en el presente, abordando ahora una tesis de Popper.
El filósofo de la segunda guerra mundial, Karl Popper, define la tolerancia en el marco del racionalismo crítico. De acuerdo a este sistema filosófico, el acceso a la verdad y la justicia se logra a través de la libre discusión racional; lo que significa el estar dispuestos a escuchar los argumentos críticos y aprender de la experiencia (Popper, 1945). En este sentido, la tolerancia a las ideas de los demás es un elemento indispensable para el desarrollo de la ciencia y la sociedad.
El problema comienza con lo que Popper llamó “la paradoja de la tolerancia”, situación donde los sistemas racionales parecen agotarse frente a la intolerancia de alguna de las partes involucradas en la discusión. Una vez llegados a este punto, Popper autoriza la prohibición y, en caso de ser necesario, el castigo en contra de los intolerantes, seguramente con el afán de que su paradoja sonara realmente paradójica. Pero ¿quién decide quién es el intolerante? Seguramente las dos partes enfrascadas en la discusión decidirán que la otra parte es la intolerante. ¡Vaya, otra paradoja! Una posible solución a este laberinto lógico se aborda en la siguiente cita:
«Aunque las ideas de Karl Popper promueven, en esencia, una actitud abierta y tolerante hacia otras culturas, el planteamiento de la paradoja de la tolerancia ha sido interpretado por algunos grupos -paradójicamente- como un argumento que justifica la imposición de la cultura dominante hacia los miembros de grupos minoritarios. El problema en este sentido, se encuentra en el hecho de que los límites de lo tolerado son marcados, por consenso, por la mayoría social. Esto es, aquellas prácticas que se consideran socialmente reprochables son decididas por la opinión popular, misma que puede ser fácilmente manipulada, gracias a la falta de objetividad en las definiciones posmodernas» (Gonzalo Barrera Blanco, 2019).
En la cita, barrera nos habla de mayorías y después nos habla de manipulación. Algo así como el control de la opinión masiva a través del control de los medios. Podríamos decir entonces que un pequeño grupo de interés, ya sea económico, político o militar (o las tres juntas), sería capaz de imponer su versión de “tolerancia” por encima de cualquier diálogo o discusión. Esto parecería suficiente para descartar la paradoja de Popper, sin embargo hay que abordar otros aspectos.
Hay que recordar el contexto en que se dan las afirmaciones de Popper, después de la segunda guerra mundial, no como un señalamiento directo a una intolerancia por venir, sino como una reacción a una intolerancia recién exterminada a punta de bombardeos. La advertencia llega tarde, sin explicar realmente las razones que llevaron al mundo a tolerar la intolerancia nazi, ofrezco aquí una versión. El poder establecido en la república de Weimar antes del ascenso de los intolerantes, estaba encabezado por el SPD, el partido de la socialdemocracia, una falsa izquierda involucrada con el asesinato de Rosa de Luxemburgo y la prohibición del partido socialista. El pueblo alemán, desorganizado e ignorante, acepto este modelo de libertad y democracia a punta de armas químicas durante la primera guerra mundial. Parecían ignorantes pero se daban cuenta de su pobreza, de la cancelación de su historia, de sus inclinaciones religiosas y de su cultura, de la alienación de su gobierno por poderes extranjeros. Bajo este estado de ánimo, el de la depresión alemana frente a la derrota y la humillación económica impuesta por el mundo libre, no fue difícil ser manipulados por una minoría extremista. Lo que sucedió a los alemanes que aceptaron el ascenso de Hitler no fue tolerancia a la intolerancia, sino un rencor abierto y declarado, y una identificación honesta, cuyo principal error fue no ser capaz de prever sus consecuencias. ¿Qué rencor es capaz de ver sus consecuencias? Una vez que la minoría extremista obtuvo el apoyo necesario, se puso a las órdenes del complejo industrial militar y continuaron con el proyecto interrumpido por la intervención extranjera: el tercer Reich. Pero la cordura tenía que aparecer en algún momento, y así fue, la tolerancia a los nazis se terminó cuando el Reichstag voló en pedazos, fue una lección contundente para los intolerantes, lección que Adolf aprovechó para consolidar su gobierno y marchar en una guerra sin precedentes contra el resto del mundo. Si el atentado contra el Reichstag se trató de un autogolpe propagandístico, entonces significa que la propaganda ultraderechista había aprendido a medir la temperatura de la intolerancia desde ese entonces, y a jugar con ella, ningún alemán iba a tolerar un acto de intolerancia contra su intolerancia.
Desde el punto de vista de Popper, los alemanes buenos toleraron a los alemanes malos, no ha entendico que los estrategas y propagandistas alemanes ya habían aprendido la lección de la primera guerra mundial, desarrollando un discurso previo al conflicto, “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, y aprovechando los errores de occidente “Crea un enemigo común”, formando así una identidad nacional que anulara la influencia de occidente. Desde el punto de vista de Popper, occidente toleró el ascenso de los nazis, en vez de aplastarlos desde la raíz, pero occidente ya había aplastado a los alemanes desde la primera guerra mundial y fue esa humillación la que dio calor al huevo de la serpiente.
Pretender que la paradoja de la tolerancia, es una forma de prevenir los extremismos del futuro no es solamente erróneo sino incluso peligroso, en su propio discurso el filósofo acuña el termino «Sociedades abiertas», mismo que ha sido adoptado como propio por la anglósfera y la Europa occidental, poniendo como antagonistas al resto del mundo incivilizado. Un caso especialmente cínico es el de George Soros, alumno de Popper, multimillonario creador de la «Open society», un conjunto de instrumentos financieros ideados para subvencionar el espionaje, la intervención, desestabilización, golpes de estado y revoluciones de colores en todos los países que se oponen a la expansión económica de la sociedad abierta. En el contexto de la guerra de Ucrania, Soros lanzó la siguiente sentencia, «Solo podemos esperar que Putin y Xi sean retirados del poder antes de que puedan destruir nuestra civilización». En respuesta Rusia ha prohibido la existencia de 200 organizaciones patrocinadas por la Opensociety, en un escenario en que la paradoja de la intolerancia se ha convertido en un juego de espejos ad infinitum. ¿El nombre del juego? Guerra.
La intolerancia a la intolerancia no es sino una rama de la epísteme «ojo por ojo y diente por diente», el principio moral de la cultura contemporánea o, mejor dicho, de sus líderes, el uno por ciento de la población que, según Oxfam, ostentan el 99 por ciento de la riqueza mundial, sin discriminación de raza, sexo o nacionalidad, aunque sí de clase social. Este uno por ciento está conformado por multimillonarios de izquierda y derecha, retrogradas y progresistas, globalistas y autócratas, su pasatiempo favorito es involucrarse en luchas intestinas por el control de sus respectivos países, pero son capaces de ponerse de acuerdo cuando se trata de declararle la guerra a otro país, cada uno con su propia versión de Liberté, Égalité, Fraternité. El trato es completamente justo, ellos ponen las armas de destrucción masiva y el pueblo pone los cuerpos.
Podemos excluir a los intolerantes de derechas de nuestras organizaciones, pero debemos dejar de creer de una vez por todas que esos malditos intolerantes hijos de puta son nuestros enemigos porque, si caemos en esa trampa, el uno por ciento nos regalará las armas para pelear contra ellos hasta la muerte, mientras el uno por ciento manipula el tablero en favor de sus intereses.
La alarma hoy se enciende porque hay una ultra derecha en ascenso a nivel mundial, mientras las falsas izquierdas, wokenistas, ecologistas, tokenistas, abundan, sin ideal que les una porque sus ideales ocultan agendas de derecha, expansión comercial, extractivismo, imposición de una agenda, antagonismo de bloques, norte-sur, oriente-occidente, antagonismos religiosos, de raza, de ideología y, por supuesto, intolerancia.
La capacidad de crear lazos va más allá de la tolerancia, que es por si misma una palabra arrogante, va más allá de las fobias, de los prejuicios, de los límites auto impuestos. No quiero que parezca que estoy hablando aquí de una utopía, me refiero a algo mucho más simple desde el principio, hablo de que no conocemos el nombre de la mayoría de nuestros vecinos, y de que quizá sea tarde cuando la mafia local venga a cobrarnos el derecho de piso. No quiero invitar a nadie a repartir flores de puerta en puerta, quiero alertar a quien le interese sobre la creciente fragmentación de la gente, invitar a la reflexión sobre las consecuencias que esto podría traernos.